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Una perspectiva ambivalente
La mayoría de los indicadores revelan una evolución saludable del sistema bancario. Así, por ejemplo, los activos de los bancos nacionales alcanzaron un valor de aproximadamente 3,5 billones de euros en 2019, un tamaño que casi triplica el PIB del país. Asimismo, la relación entre el capital y los activos del sistema bancario nacional mostró una tendencia positiva en los últimos años, alcanzando el 7,62% en 2019, lo que significa que los bancos españoles tienen más capital para cubrir sus activos. Además, la cartera de préstamos de los bancos siguió mejorando (la ratio de morosidad se situó en el 4,5 en 2020, aproximadamente la midad con respecto a la registrada siete años antes).
En el lado opuesto se encuentra el siempre candente tema de la rentabilidad del sector, que, si bien no había venido mostrado una trayectoria tan favorable en la última década, se ha visto gravemente afectada por la pandemia de coronavirus. Según los últimos datos, el sistema bancario de España presentaba una pésima rentabilidad de los fondos propios (ROE) así como del retorno de activos (ROA).
Un sector en plena reestructuración
Los recientes cambios en el sistema bancario no se refieren únicamente a la regulación, sino también a su tamaño. Para reducir los gastos de funcionamiento de la banca, la mayoría de las entidades de crédito han adoptado medidas como la reducción de personal y el cierre de sucursales. Sólo desde 2010, el número de oficinas bancarias en España ha disminuido casi un 40%. Tras la fusión de CaixaBank con Bankia y Liberbank con Unicaja, es previsible que este tendencia continúe en un futuro próximo tanto en España como en el resto del mundo. A esto se le suma la adopción de nuevos hábitos como la banca online, que es de igual forma parcialmente responsable de esta reducción de la presencia de las sucursales.