El 25 de octubre, Acapulco, México, experimentó la furia del huracán Otis, una devastadora tormenta de categoría 5 que provocó una amplia destrucción y la trágica pérdida de decenas de vidas, además de casi medio centenar de personas desaparecidas. Al mismo tiempo, la Amazonia se enfrenta a una sequía sin precedentes, mientras que en el sur del continente las Cataratas del Iguazú se vieron obligadas a cerrar debido a un aumento en el caudal de agua diez veces superior al promedio, provocado por intensas lluvias.
Estos acontecimientos son, en gran medida, consecuencia del fenómeno conocido como “El Niño”. Tal y como muestra este mapa con datos del Instituto Internacional de Investigación para el Clima y la Sociedad de la Universidad de Columbia, las condiciones climáticas durante El Niño favorecen el aumento de las precipitaciones en el extremo norte y sur de Latinoamérica, así como la llegada de tormentas procedentes del Pacífico. Al mismo tiempo, generan períodos secos en el norte de Sudamérica, América Central y el Caribe.
Como dos caras de la misma moneda, El Niño y La Niña son parte del ciclo natural-global del clima conocido como El Niño-Oscilación del Sur (ENSO). El Niño se produce por el calentamiento de las aguas del Pacífico ecuatorial, mientras que La Niña corresponde a la fase de enfriamiento. Con El Niño, el extremo sur de Sudamérica experimenta un gran aumento de las precipitaciones, lo que supone un fuerte crecimiento de los niveles hídricos. Por el contrario, en el norte del subcontinente y gran parte de América Central y el Caribe, el déficit de lluvias propicia las sequías y el recrudecimiento de los incendios forestales.