El 9 de agosto, el candidato presidencial ecuatoriano Fernando Villavicencio fue asesinado en un tiroteo a plena luz del día a la salida de un mitin de campaña en Quito. Este incidente, previo a las elecciones, agudiza la espiral de violencia en el país, la cual, alimentada por el narcotráfico, recuerda de manera inquietante la agitación política que afectó a Colombia en los años 80. De acuerdo con las autoridades locales, el número de homicidios en Ecuador habría experimentado un alarmante incremento, triplicándose entre 2020 y 2022.
Hasta la fecha, seis hombres de nacionalidad colombiana han sido detenidos por su presunta participación en este crimen, suscitando comparaciones con el asesinato del presidente de Haití, Jovenel Moïse, en julio de 2021. Aunque los atentados contra líderes políticos son lamentablemente parte de la realidad latinoamericana, hay que remontarse hasta 1963 para encontrar el último asesinato confirmado de un presidente americano en funciones, nada menos que el de John F. Kennedy en Estados Unidos. Esto es, si excluimos las muertes de los presidentes Salvador Allende en Chile, Juscelino Kubitschek en Brasil o Jaime Roldós en Ecuador, cuyas circunstancias no fueron del todo esclarecidas.
En la década de 1950, dos jefes de Estado latinoamericanos también sucumbieron de forma violenta mientras ostentaban el poder: el presidente y luego dictador de Nicaragua Anastasio Somoza García en 1956, y el presidente guatemalteco Carlos Castillo Armas en 1957, quien había accedido al poder por un golpe de Estado tres años antes. El asesinato de Ernesto “Che” Guevara, ocurrido en Bolivia en 1967, configura uno de los magnicidios más resonantes de la historia mundial.
En periodos más recientes, los homicidios de Luis Carlos Galán en 1989 y Luis Donaldo Colosio en 1994, candidatos a la presidencia de Colombia y México, respectivamente, marcaron la historia política desde fines de siglo hasta la actualidad en sus respectivos países. Otro de los principales casos de magnicidio de las últimas décadas es el asesinato de Luis María Argaña, vicepresidente de Paraguay, en 1999.