Un informe publicado ayer por UNICEF y la Organización Internacional del Trabajo (OIT) muestra que, incluso antes de que la pandemia de coronavirus acechara al mundo, los avances en la lucha contra el trabajo infantil ya se habían estancado. A principios de 2020, alrededor de 160 millones de niños y niñas de entre 5 y 17 años realizaban trabajos peligrosos u otras actividades económicas inadecuadas para su edad. La nueva cifra supone un aumento de casi un 6% respecto a los 152 millones estimados en 2016.
La mayor parte de este retroceso corresponde al África Subsahariana, donde alrededor de 86,6 millones de niños se encuentran en situación de trabajo infantil. Tanto en Asia como en América Latina y el Caribe, las cifras mejoraron en la última década. En 2020, unos 8,2 millones de niñas y niños residentes en Latinoamérica o el Caribe eran víctimas del trabajo infantil, una disminución de más del 40% con respecto a los 14,1 millones de 2008.
Según la OIT, el trabajo infantil es una violación de los derechos humanos fundamentales que entorpece el desarrollo de los niños y genera daños físicos y psicológicos para toda la vida. El trabajo infantil guarda una estrecha relación con la pobreza y, por ello, es un fenómeno más común en economías en desarrollo. La lucha contra este flagelo depende de la disponibilidad de recursos de los Estados para brindar mecanismos adecuados de protección social. En caso de no adoptarse más medidas de mitigación a nivel global, es probable que el número de niños sometidos al trabajo infantil supere los 200 millones en 2022, de acuerdo con las estimaciones de estas organizaciones.