Si bien la mayoría de los informes relativos a las posibles vacunas contra la COVID-19 se han centrado, con razón, en su eficacia, las limitaciones de distribución y almacenamiento y el coste son otros factores clave que intervienen en el despliegue mundial del antídoto contra el coronavirus. Algunas vacunas, por ejemplo, necesitan ser almacenadas a bajas temperaturas, como la Pfizer/BioNTech (-70°C) o Moderna (-20°C), mientras que otras pueden ser almacenadas a temperaturas de refrigeración de entre 2 y 8°C, como la desarrollada por la Universidad de Oxford y AstraZeneca.
El precio es, por supuesto, otro factor importante. Se espera que una dosis de la vacuna Moderna cueste alrededor de 31 euros (37 dólares estadounidenses), mientras que Pfizer y BioNTech han anunciado un precio de alrededor de 17 euros por dosis (20 dólares). La más asequible de los candidatos a vacuna es sin duda la de la Universidad de Oxford y AstraZeneca, que cuesta unos 3 euros (4 dólares) por dosis. Se ha probado con una eficacia del 70%, ciertamente inferior a la de los otros candidatos mencionados, pero que puede aumentar hasta el 90% dependiendo de la dosis. Su coste y facilidad de distribución (puede ser transportada en condiciones de refrigeración estándar y administrada en los centros de salud existentes) la convierten en un candidato en el que se depositan grandes esperanzas.
Varios gobiernos han anunciado su intención de distribuir la vacuna anti COVID-19 gratuitamente a sus ciudadanos, como Bélgica y Japón, pero esto está lejos de ser una opción para todas las economías del mundo. Por lo tanto, las vacunas más baratas que se mantienen estables a temperaturas más altas deberían desempeñar un papel crucial para poner fin a la pandemia en algunas partes del mundo.