A fecha de diciembre de 2020, se contabilizaban más de 300 tratamientos en desarrollo y cerca de 270 vacunas candidatas, entre las que destaca especialmente la desarrollada por la biotecnologica alemana BioNTech y la estadounidense Pfizer. Esta ha sido aprobada ya por varios países como el Reino Unido, Estados Unidos, Canadá o México. Es más, la vacuna comenzó a administrarse a la población el 8 de diciembre en el Reino Unido y el 14 en Estados Unidos.
Parte de la rapidez de la industria se debe a las nuevas tecnologías utilizadas, que han permitido el desarrollo de vacunas en un plazo record. Tanto la vacuna de BioNTech y Pfizer como la de la biotecnológica Moderna – que se encuentra también al borde de la aprobación – se basan en ARN mensajero. En lugar de agentes vivos atenuados o partículas del mismo, estas vacunas introducen código genético en el organismo huesped para inducir una respuesta inmune. Una de sus mayores ventajas es que pueden desarrollarse y fabricarse a una velocidad mucho mayor que las vacunas tradicionales.
Por otro lado, los esfuerzos pasados realizados para luchar contra otras enfermedades infecciosas también han sido clave. Por ejemplo, el fármaco Remdesivir de la farmacéutica Gilead Sciences, aprobado a mediados de año para tratar casos graves de COVID-19, se había investigado anteriormente para tratar el virus del Ébola. En esta línea, destaca también la vacuna candidata de la Universidad de Oxford y AstraZeneca, que comenzó a investigarse tras la aparición del MERS y ha sido adaptada al nuevo coronavirus.
Considerando todas las áreas de investigación contra la COVID-19, son las vacunas las que han recaudado más fondos. Ya que, aunque diversos fármacos pueden ser útiles para el tratamiento de la enfermedad, solo una vacuna puede frenar la propagación del virus. A fecha de octubre de 2020 la financiación de vacunas registrada había superado los 5.400 millones de dólares, siendo Estados Unidos y Alemania los dos países a la cabeza de la aportación de recursos económicos para este fin.