A simple vista, podría sonar a un resurgimiento de la Guerra Fría con un nuevo actor durante una pandemia. Ahora bien, varios son los intelectuales y lobbies que van más allá y se reafirman en la existencia de una conspiración; un plan diseñado de antemano para instaurar un nuevo orden económico y social. En este sentido, las últimas predicciones dadas a conocer durante la celebración del Foro de Davos de 2021 -"En 2030 no tendrás nada y serás feliz"—, no han dejado a nadie indiferente. El presente artículo analiza algunas de las piezas clave del tablero y su impacto en el peor de los escenarios posibles: un colapso mundial.
COVID-19: el origen de la desgracia
A partir de la notificación del primer caso de coronavirus en la ciudad china de Wuhan (la capital de Hubei) una fría mañana de diciembre de 2019, nada ha vuelto a ser lo mismo. Su origen incierto, su alta contagiosidad y su agresivo comportamiento son solo algunos de los argumentos fortalecedores de la teoría del diseño genético del SARS-CoV-2 con el fin de mermar la población del planeta Tierra. De hecho, más de una vez ya se había alertado de que el vertiginoso crecimiento de esta —fruto de las deficientes políticas de anticoncepción y de una elevada esperanza de vida— conduciría a una inminente escasez global de recursos.
Por otra parte, miles de seguidores de los movimientos antivacunas afirman que la inoculación de las vacunas contra la COVID-19, cuyos efectos secundarios a medio y largo plazo no han sido testeados, tendrá como resultado la muerte directa de más seres humanos o la provocación de daños corporales que acentuarán la vulnerabilidad de los individuos frente a otras enfermedades y, con ello, otra selección y reducción enmascarada de la población.
Crisis energética
La subida general de las tarifas eléctricas registrada en el último semestre de 2021 está condicionada principalmente por cuatro factores:
- Los derechos de emisión de CO2.
- Revalorización del uranio y el gas natural (utilizados como sustitutos del carbón para producir energía).
- Crecimiento de la demanda como resultado de la reapertura de los mercados.
- Altos costes del transporte y posibles disrupciones en los suministros que perjudican especialmente a los países con mayor dependencia energética.
En el día a día, esto se traduce en un incremento de los costes, lo cual obliga a las empresas no solo a encarecer los precios de venta para obtener beneficios, sino también a paralizar temporalmente la producción para equilibrar sus balances presupuestarios. Por su parte, los hogares, golpeados por la inflación, se rascan el bolsillo para pagar las facturas. Y todo ello en el mejor de los casos. En el peor, todo apunta a que se viviría uno de los episodios más trágicos de la historia energética desde que arrancara la Revolución Industrial: un gran apagón.
Falta de suministros
En 2021 se ha venido experimentando una escasez de suministros, primero de bienes tecnológicos y chips semiconductores procedentes de Asia (primordialmente de China), luego de productos textiles y, en una última vuelta de tuerca, de alimentos. En este sentido, varias son las causas que se esconden detrás de esta carestía:
- Crisis comercial entre Estados Unidos y China. Este último ha vetado las exportaciones de artículos hacia Estados Unidos, especialmente tecnológicos y chips semiconductores, como respuesta a las sanciones comerciales previamente impuestas por el país norteamericano.
- El transporte. Ante el alza de los precios de los recursos energéticos y los complicados requisitos de acceso a ciertos países debido a la COVID-19, muchas empresas han optado por ralentizar los envíos marítimos internacionales hasta completar la capacidad de sus barcos.
- Paralización y lenta recuperación de la producción.
Crisis inmobiliaria
El gigante inmobiliario chino Grupo Evergrande ocupó las portadas de todos periódicos durante septiembre de 2021, tras airearse su deuda de cerca de 300.000 millones de dólares y sus primeros incumplimientos de pago, que han multiplicado el pánico en los mercados. Si bien logró liquidar in extremis una primera obligación por valor de 72 millones de euros de intereses de un bono offshore el 22 de octubre de 2021, la alegría no parece que vaya a durar demasiado, ya que aún tiene que aportar otros 41 millones. A esto hay que sumar devoluciones pendientes de préstamos por valor de 32.000 millones de euros, que vencen a finales de junio de 2022.
No obstante, no es el único en la cuerda floja. Otros promotores inmobiliarios chinos como Sinic, Modern Land o Fantasía Holdings también tienen dificultades para cumplir con sus compromisos. De hecho, las ventas totales de los 100 mayores promotores del país descendieron un 36% en septiembre de 2021 con respecto al año anterior, según datos de China Real Estate Information Corporation (CRIC), y el endeudamiento global rebasa el umbral de los de cinco billones de dólares.
Pero volviendo al caso del Grupo Evergrande, si los pagos correspondientes no se llevan a cabo, los tres principales bancos chinos tenedores de su deuda (el Banco Comercial Industrial de China, el Banco Agrícola de China y el Banco Minsheng) se resentirán al igual que también lo harán las entidades financieras en Occidente. El resultado a corto plazo será una importante subida del tipo de interés interbancario (euríbor) y con ello el impago de millones de hipotecas familiares y préstamos a empresas, con el consecuente cierre de firmas y pérdidas de puestos de trabajo. A largo plazo, conllevará el colapso del sistema inmobiliario, así como del mercado bursátil, que quedaría a merced de un grupo reducido de gestoras de inversión.
La falta de dinero para afrontar el déficit público sería el siguiente eslabón de la cadena que, llevado al extremo, se traduciría en un aumento de los impuestos, una inflación galopante y un posible embargo de un porcentaje de los ahorros de los hogares. Dicho de otra forma: el colapso global de las economías y los mercados. Llegado ese momento cabrá plantearse una pregunta: ¿es el Gran Reseteo la solución?