El domingo pasado, dos activistas medioambientales del grupo "Riposte Alimentaire" arrojaron sopa sobre el cristal blindado que protege La Gioconda, en el Museo del Louvre, donde está expuesta desde 1797. Si bien no hubo daños directos al cuadro, las autoridades del museo anunciaron que "tomarán acciones legales" contra la organización.
Esta no es la primera vez que la enigmática Mona Lisa ha sido atacada. En 1956, mientras estaba expuesta en Montauban, el lienzo fue supuestamente víctima de un ataque de pintura ácida. Sin embargo, se conocen pocos detalles de este suceso y, en realidad, puede que sea sólo una leyenda. En diciembre de ese mismo año, un joven le arrojó una piedra que fracturó la ventana que la protegía y dañó la capa pictórica a la altura del codo izquierdo, por lo que tuvo que ser restaurada.
Unos años más tarde, en 1974, mientras la Mona Lisa estaba expuesta en Tokio, una mujer en silla de ruedas la roció con pintura a modo de protesta por la falta de accesibilidad del museo para personas con movilidad reducida. Una vez más, sólo se ensució el cristal protector.
En 2005, de vuelta en el Museo del Louvre, se reforzó la protección de la Mona Lisa: se la colocó detrás de un cristal blindado de cuatro metros de altura. La obra costó casi cinco millones de euros. Cuatro años más tarde, en 2009, estas medidas resultaron útiles: una mujer rusa, aparentemente descontenta porque le habían negado la nacionalidad francesa, arrojó una taza, apenas comprada en la tienda del museo, que se rompió al golpear contra el cristal.
Más recientemente, en mayo de 2022, un activista medioambiental, disfrazado y en silla de ruedas para poder acercarse lo más posible al cuadro, le arrojó una tarta de crema "para advertir de la emergencia ecológica".