Aunque su existencia es más que evidente desde hace años, ha habido que esperar hasta 2003 para la entrada en vigor del Protocolo contra la trata de personas de las Naciones Unidas, donde se define este delito como “la captación, el transporte, el traslado, la acogida o la recepción de personas, recurriendo a la amenaza o al uso de la fuerza u otras formas de coacción, al rapto, al fraude, al engaño, al abuso de poder o de una situación de vulnerabilidad o a la concesión o recepción de pagos o beneficios para obtener el consentimiento de una persona que tenga autoridad sobre otra, con fines de explotación. Esa explotación incluirá, como mínimo, la explotación de la prostitución ajena u otras formas de explotación sexual, los trabajos o servicios forzados, la esclavitud o las prácticas análogas a la esclavitud, la servidumbre o la extracción de órganos”.
La explotación sexual y laboral como primordiales problemas a combatir
A pesar del aumento del interés y de la inversión de recursos a escala global contra el tráfico y explotación de seres humanos, la cifra de víctimas de trata no ha cesado de crecer desgraciadamente, llegando casi a triplicarse en el periodo comprendido entre 2008 y 2019. Los dos fines principales de la trata de personas son, por una parte, la explotación sexual y, por otra, la laboral. Si bien es cierto que la explotación sexual sigue despuntando sobre las demás, la explotación laboral ha ido ganando adeptos entre los traficantes en la última década. Esto explicaría, en parte, el alto porcentaje de varones identificados como víctimas durante los últimos años. Según el informe más reciente de la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC), el 67% de los hombres y el 14% de las mujeres víctimas de trata iban destinados a este fin.
Un mapa difuminado
Geográficamente hablando, Asia y África fueron los continentes con más víctimas identificadas en 2020. A pesar de sus a veces limitados recursos, los países foco de la trata destinan cada vez más medios al rastreo e identificación de las víctimas dentro de sus propias fronteras, ya que una vez traspasadas estas, su detección se complica notablemente, al acceder muchas de ellas a otros países por pases fronterizos no oficiales. Asimismo, el esfuerzo se está haciendo notar también en el procesamiento y la condena de los traficantes. En este campo destaca especialmente el caso asiático, donde en 2020 se dictaron más de 2.300 condenas por esta causa.
Ahora bien, las nuevas tecnologías plantean un desafiante escenario en el que las fronteras se difuminan y el alcance del problema se amplifica. Internet, la deep web y las plataformas sociales se convierten en un área repleta de vacíos legales, donde las redes de trata pueden operar globalmente. Así pues, las mafias tienen en sus manos una poderosa arma con la que captar, explotar y extorsionar a sus víctimas de forma remota, a la sombra del anonimato.